Un caso admirable de longevidad


El 9 de abril de 1929 se publicó en la revista gráfica “La Estampa”, una curiosa e interesante entrevista a Claudia Huertas, natural de Mira. El artículo no tiene desperdicio, aparte de desvelarnos alguna diferencia generacional de la época, la protagonista es capaz de aportarnos con sus 102 años de edad interesantes datos históricos.

Entrevista integra que realizo el periodista Ignacio Carral a Claudia Huertas en 1929: 

“Pues verá usted, yo nací en diciembre del año… 1826 …

Cuando una persona que está sentada a vuestro lado, os dice tranquilamente esto, no puedo por menos de sentir un escalofrió y un poco de vértigo. Pensad que cuando nació esta pulcra viejecita que nos habla, doña Claudia Huertas, viuda de Navarro, acababan, como quien dice, de irse de España las tropas de Napoleón.

- ¿Entonces tiene usted?...

- Ciento dos años, voy a hacer ciento tres en diciembre – dice con la seguridad de quien tiene al tiempo fuertemente sujeto.

Y, como si quisiera que yo me diese mejor cuenta, añade:

- Nací en Mira, en la provincia de Cuenca, y allí estaba cuando estalló la primera guerra carlista, teniendo yo siete años. Lo recuerdo perfectamente. Los vecinos decían que habían levantado partidas el Arcipreste de Moya, Tallada, Morcadel, el fraile de la Esperanza … ¡La que se armó! ¡Todos los días había tiros!... ¡Y hasta cañonazos!... Los liberales sacaban coplas a los carlistas. Verá usted, me acuerdo de alguna:

Carlos V tiene un hijo,
y le quieren coronar,
y de corona le pone,
una piedra de amolar.

Y los carlistas venían, invadían el pueblo y cobraban las contribuciones.

La viejecita habla casi sin pausa, con voz apenas temblorosa, y con una memoria segura que no le falla ni en un nombre ni en una fecha. Solo de vez en cuando se detiene como esperando que yo la pregunte algo, y continua:

- Después se sublevó Cabrera, y estuvo allí en el pueblo … Llevaba una capa encarnada y una boina blanca..


- ¿Ha vivido usted mucho tiempo en Mira?

- No, solo hasta los catorce años; luego me fui a Requena; allí me casé; mi marido era médico – y como temerosa de que crea que no se acuerda de la fecha de su boda, retrocede – me casé el año 49. El año 53, cuando yo tenia veintisiete años, fuimos ha vivir a Valencia…

- Y a Madrid, ¿No venia usted nunca entonces?

- Vine, por primera vez; hace… sesenta años… Luego, no volví hasta el 1914, en que me vine a vivir con mis nietos, los señores de Gallardo.

- ¿Entonces usted muy cambiado esto de una vez a otra?

- ¡Uf! ¡Lo mismo que si fuera otra ciudad distinta! Vinimos de Valencia por Aranjuez en silla de posta… Y desde la glorieta de Atocha, que fue por donde entramos en Madrid, no se veía ni una sola casa. Todo era campo… Era muy difícil viajar entonces ¿sabe usted?, había muchos bandidos por los caminos, que asaltaban las diligencias y despojaban a los viajeros … Y aun las calles por la noche eran poco seguras. No se podía salir.

La anciana calla y mueve lentamente los ojos como si los paseara a lo largo de los años. Observamos mientras tanto su rostro con dos grupos de arrugas, uno en cada mejilla, su pelo blanquísimo, curiosamente peinado, su mueca sonriente, como si la divirtiera este siglo, que no es ya el suyo, y al que la ha sido permitido asomarse como por broma por graciosa concesión de la providencia.

- ¿Sus padres alcanzaron mucha edad también?

- No, no murieron jóvenes, a los cincuenta y cinco años…

- No quedará ya nadie de sus tiempos, de su familia, de sus amistades.

- Sí; tengo una hermana, aunque mucho más joven que yo; va a cumplir noventa años. También tengo una hija que pronto cumplirá los ochenta. ¡su hija mayor se murió ya casada! – y dice esto con acento lleno de amargura, como quien ha recibido un golpe que difícilmente borrarán los años - ¡Pobre nieta mía! ¡Ya tendría ahora cincuenta y dos años! Mire, estas son sus hijas – termina señalándome a dos lindas muchachitas de unos quince a veinte años, que la viejecita besuquea apasionadamente cuando se acerca a saludarla.

- ¿Y qué le parecen a usted estos tiempos? – Le digo para distraerla de su pensamiento triste - ¿Qué le parecen las modas actuales de las mujeres?

Al principio, la anciana no me responde nada. Se limita a juntar y separar varias veces sus manos expresando su desalación con un gesto mímico. Al fin, dice:

- ¡Uy, dios; como han cambiado las cosas! ¡No va nada de ahora a entonces! Cuando una de nosotras asomaba la punta del pie bajo la franja de la falda, ¡la que se armaba! Y ahora, ¡Santo Dios! – Y Doña Claudia se tapa la cara con las manos como si quisiera apartar de delante de sus ojos la terrible visión de las faldas dejando al descubierto las pantorrillas - ¡Si por allí las viesen! – Y tiene la mano señalando con el dedo, desde la azotea donde hablamos, un punto indeterminado en el infinito, como si tratase de situar en el espacio este allí, con el que quiere designar su época lejana.

- ¿Y como se las ha arreglado usted para conservarse tan bien?

Me contesta con un gesto de sonriente encogimiento de hombros, como expresándome que ella no tiene la culpa, y dice simplemente:

- De ninguna manera

- ¿No ha hecho usted vida higiénica? ¿No ha tomado mucho aire y mucho sol? ¿No he hecho mucha gimnasia, grandes excursiones a pie?

La viejecita sonríe como si la hablasen de cosas de otro mundo.

- No; el aire y el sol me molestan mucho, no les puedo sufrir, no me gustan. Yo he hecho mi vida de mujer de mi casa, y nada más.

- ¿Ha tomado usted mucha carne en su vida’

- Mucha. Y la sigo tomando aún con estos dientes que aún me quedan – Y me señala dos grupos de dientes, en magnifico uso, abajo y arriba, que han sobrevivido a la catástrofe de su boca. - Lo que no como es pescado; no me gusta. Pero no crea que tomo sólo carne; también como tomates, pimientos, naranjas, limón, lechuga, mucha sal y mucho vinagre…

- ¿Ahora, no sale usted de casa?

- No, ya no, Sólo algún rato aquí a la azotea; pero poco; ya le digo que el sol y el aire me molestan.

- ¿Y que hace usted durante el día? ¿Se levanta usted pronto?

- No, me levanto tarde. Me gusta estar en la cama hasta las doce o la una. Después de comer, la pido a mi nieta algo de labor, y coso un poco de ropa, o le alguna novela..

- ¿Le gusta a usted leer novelas?

- Mucho; me paso grandes ratos.

- ¿Y no se cansa la vista?

- No; yo no he usado nunca lentes – dice con sencillez.

- ¿Y qué novelas prefiere usted?

- Me gustan las novelas de amor, esas en que los personajes se matan o llegan a las cosas más terribles por amor…

La anciana calla. En la azotea se agita la turba vocinglera y alegre de una veintena de chicos, algunos asomándose ya a la adolescencia: son los bisnietos. Poco más allá, los Sres. De Gallardo y dos o tres matrimonios más: los nietos… Doña claudia contempla los grupos con mirada serena, sonriente. Denotando una alegría de alma que ha sido quizás el secreto de su permanencia en el mundo a través de más de un siglo.

Cuando divisa a Zapata con la máquina ante ella, protesta:

- ¿Pero me van a retratar? ¡Oh, no; ya estoy vieja! ¡Si hubiera sido hace unos años menos!

Y al fin cede:

- Bueno, me dejo para que mi hermana vea la fotografía. ¡Le gustará tanto verme!


BIBLIOGRAFÍA:

- Revista “La estampa”, número 66 del 9 abril 1929

4 comentarios:

  1. Cuanto menos curioso, como -la piso a mi mieta algo de labor-, e interesante la historia.La señora viajó bastante en su vida,dadas las condiciones de las carreteras de antaño.
    J.Vicente.
    Un saludo.

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  2. Buenas J.Vicente,

    Gracias por tu comentario, de hecho me he dado cuenta que copié mal el artículo, es "la pido a mi nieta algo de labor" no "la piso a mi nieta algo de labor"

    Veo por tu Blog que te interesa tanto la gastronomía con la historia. Si te interesa colaborar en un artículo sobre la gastronomía tradicional de Mira, serás bienvenido.

    Por cierto, el plato de ARROZ DE CODILLO, COL Y JAMÓN tiene una pinta magnífica.

    Saludos

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  3. Hola, en efecto parecía no encajar la palabra -piso- del todo en la frase.Me gusta la historia, la considero un pilar de futuro de cualquier sociedad y en mi caso la historia de la gastronomía.Fuí en tiempos remotos cocinero profesional de hay el pequeño blog que me entreteniene.
    Por supuesto que estaría encantado en colaborar, gracias por el ofrecimiento.

    Un saludo.

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  4. Pienso lo mismo en tu consideración sobre la historia.

    Antes de empezar con la historia de Mira estuve interesado en el intercambio cultural entre oriente y occidente, donde uno puede encontrar cosas curiosas sobre la historia de la gastronomía: la relación del pisto manchego con oriente o que la tempura japonesa tiene con toda probabilidad un origen ibérico.

    http://silkroadlegend-es.blogspot.com/search/label/Gastronom%C3%ADa

    Nada, simplemente reiterar que si quieres participar con alguna historia de Mira o sobre un plato tradicional, las puertas de este blog están abiertas.

    Saludos

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