Antón Martín



Antón Martín nació en el pueblo conquense de Mira el 25 de marzo del año 1500. Era hijo de dos campesinos acomodados, Pedro de Aragón y Elvira Martín, aunque a lo pocos años falleció el padre. La situación en que quedó la familia era difícil, así pues doña Elvira tomó la decisión de casarse de nuevo, decisión que no fue del agrado de los hermanos Antón y Pedro, por lo que decidieron emanciparse y vivir la vida por su cuenta. Antón vino a Madrid y luego se empleó de soldado en Valencia. En ese tiempo recibió la noticia de que su hermano había sido asesinado en un pueblo de Granada. La razónes que no se había casado con la hija del dueño de las tierras para el que trabajaba sino con la mujer a la que amaba. Parece que el hermano de la pretendienta rechazada, en un acto de despecho, acabó con su vida. En consecuencia, Antón Martín decide tomarse la justicia por su mano. Su único afán será vengar la muerte de su hermano. Se echa a la calle y subsiste de la forma más ínfima recurriendo a las artes menos deseables. Es en este momento cuando se produce la conversión milagrosa de nuestro protagonista. Parece ser que Juan de Dios, hombre conocido en Granada por recoger a pobres y enfermos y darles cobijo en su pequeño albergue, se encuentra con Antón Martín y le recomienda que perdone al asesino de su hermano. Esta escena es retratada por P. Manuel Trinchera en su grabado “Juan de Dios convierte al espadachín Antón Martín”. A partir de este momento su vida estará dedicada a la obra de Juan de Dios convirtiéndose en su primer discípulo. Trabajarán juntos durante cuatro años en el Hospital de Granada en favor de los más desprotegidos.

Antón Martín fue adquiriendo la calidad de discípulo predilecto, y así se reconoce en la última voluntad de su maestro cuando es a él a quien encomienda que continúe su obra. Juan de Dios fallece el 8 de marzo de 1550, momento en el que Antón Martín recoge su testigo, se coloca al frente de su orden, y se traslada a Madrid, donde discute con el rey Carlos I el proyecto ambicionado por éste de crear en la ciudad un hospital para enfermos de cirugía. El hospital se levantará en una parcela cedida a tal efecto por D. Fernando de Zomoza, en la zona de Atocha.

La fundación del hospital de San Juan de Dios es, junto con la de otros que en la villa matritense van surgiendo, uno de los pasos que la Iglesia católica da para resolver un hecho sempiterno hasta entonces palmario tanto en Madrid como en España: el monopolio de judíos y de musulmanes en el mundo de la medicina y de la cirugía. Hecho éste que no fue fácil por extrañas razones teológicas, pues no hay que olvidar que el concilio de Letrán de 1139 condenó la realización de operaciones quirúrgicas por parte de eclesiásticos.

Casa de Antón Martín en Mira

Los judíos, pueblo caracterizado por una cultura media superior a la de otros pueblos y que ya en sus tradiciones atesoraban conocimientos farmacológicos e higiénicos, parecían llamados para ejercer la medicina. Aunque el concepto de medicina no era entonces tan claro, porque en aquellos tiempos lo que hoy son los oficios de los médicos se distinguían entre ellos de forma neta, pues había médicos, doctores, cirujanos de heridas, los llamados algebristas o cirujanos comadrones.

Por aquel entonces, obviamente, la medicina todavía adolecía de muchas carencias. Los elementos de juicio que los médicos utilizaban eran la observación del pulso y de la orina y las prescripciones más comunes la sangría y el purgado; las cuales, no pocas veces, dejaban al enfermo más débil de lo que ya estaba, ultimándolo. Se usaban como plantas medicinales el áloe, la coloquíntida, el ruibarbo, el malvavisco, el muérdago y la ruda, junto con otros compuestos más escatológicos, como los polvos de asta de toro. La dieta blanda habitual de los convalecientes era la horchata o el caldo de gallina. Algunas de las recetas más populares, como la ingestión de leche de burra en el desayuno para prevenir los catarros, seguían siendo utilizadas a finales del siglo XIX. Las tres grandes amenazas de la época eran la pulmonía, la lepra y el cólico de Madrid.

Los cirujanos eran los barberos, siendo la cirugía una disciplina de poco fuste y consideración, aunque debe recordarse que, dado que no estaba inventada la anestesia, en realidad estamos hablando de lo que hoy denominamos cirugía menor. En general, los había bizmadores o aplicadores de emplastos; algebristas o expertos de rehacer miembros rotos y descoyuntados, sabiduría que, al parecer, obtenían de la observación de los pastores, quienes sabían hacer tal cosa con sus ovejas y cabras; hernistas, que operaban hernias; tallistas, es decir extractores de piedras urinarias; y batidores de cataratas.

La expulsión de los judíos fue una revolución (negativa) para la medicina en España, por cuanto sus profesionales más cualificados y casi monopolísticos desaparecieron del escenario. El hecho de que la curación de las personas quedase en manos de charlatanes y falsos profesionales obligó a comenzar a regular la profesión mínimamente; cosa que se hizo con la creación de los tribunales de protomedicato, ante los cuales los futuros facultativos tenían que certificar su idoneidad. La regulación de la profesión provocó también la fundación de diversos hospitales, así como de cátedras de medicina en muchas universidades; si bien la enseñanza universitaria de la medicina tenía entonces demasiados elementos teóricos o no directamente ligados con la labor real de los médicos.

En los tiempos inmediatamente anteriores a Felipe II, Madrid era una ciudad pequeña. Tan pequeña que era fácil de abarcar a pie. Esto es lo que hacían los médicos, que raramente se desplazaban a caballo o en litera, de modo y forma que cada día, a eso de las doce, tenían visitados a todos sus enfermos en sus casas, más los ingresados en los hospitales, a los que visitaban a las siete de la mañana.

El convento-hospital de Nuestra Señor del Amor de Dios, también conocido como hospital de Antón Martín, fue el primer centro dedicado a la dermatología y venereología. Lo cual tiene su lógica si tenemos en cuenta que estaba situado en todo el centro del área de Madrid donde holgaban las trabajadoras del amor. Muy cerca del hospital, en efecto estaba la calle de Ave María. Asimismo, a tiro de lapo queda la calle de las Huertas, masivo puterío matritense. Pero, además, tiene el hospital de Antón Martín el mérito de haber establecido en su seno la primera escuela de cirugía de Madrid.

Fue el hospital de Antón Martín, especialmente tras absorber el de San Lázaro cuando Felipe II decretó la racionalización de los hospitales de la ciudad, donde se estableció el tratamiento de las enfermedades venéreas mediante mercurio. Ello además de generar enseñanzas en materia de odontología, otorrinolaringología y urología. Esta escuela de cirugía se adelantó en 14 años a la creación de una cátedra sobre la materia en la universidad de Valladolid. Teóricamente, las enseñanzas del hospital llevaban a formar lo que se denominaba cirujanos romancistas o de ropa corta, es decir dedicados a labores de menor entidad. Sin embargo, la alta especialización del centro llevó a que algunos de sus alumnos llegasen a formarse como cirujanos latinistas (de primera categoría) o incluso doctores, aunque para ello tenían que pasar por la universidad.

Muchos frailes recibieron del tribunal de protomedicato autorizaciones provisionales, a causa de que, como religiosos, no podían ser requeridos para atender partos. Por ello, en el caso de que abandonasen la orden (cosa que era relativamente común, lo cual demuestra que había personas que ingresaban en la misma tan sólo por la formación) tenían que demostrar su pericia de nuevo.
La Historia de la medicina le reconoce al hospital de Antón Martín diversos méritos, entre los cuales se encuentran la transformación de la terapia con mercurio, tratando de sistematizarla científicamente; o la diferenciación de los distintos procesos dermatológicos; o el establecimiento del tratamiento mediante baños de las dolencias dermatológicas parasitarias.

Antón Martín murió el 24 de Diciembre de 1553, a la edad de 53 años. Fue enterrado en 1553 en el Convento de San Francisco. En 1596 sus huesos fueron trasladados a la iglesia del Hospital que él creó. En julio de 1936 dicha iglesia sufrió un incendio quedando totalmente destruida. Curiosamente, el sepulcro de Antón Martín permaneció intacto. Finalmente sus restos mortales descansan en el Hospital Infantil de San Rafael.



BIBLIOGRAFÍA:

Blog Historias de Hispania > http://historiasdehispania.blogspot.com

Wikipedia > http://es.wikipedia.org


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